Reflejada




Escondida entre los juncos de la laguna, en estricto silencio, inmóvil para no ser descubierta. La cazadora espera estoica a que un corzo se acerque a beber. En sus manos, una sola lanza con afilada punta de sílex y su propulsor. Solo habrá una ocasión y en su mente ensaya la coreografía de la caza.
La espera es larga. La mañana pasa y la cazadora sigilosa se inclina para beber directamente de la laguna. Antes de tocar la superficie con sus labios ve reflejado su curtido rostro. Observa atentamente su melena, los tatuajes en sus pómulos y sienes que la acreditan como guerrera, su dura mirada a la que nada escapa. Mil veces ha visto su reflejo en cientos de aguas calmas, pero hoy es diferente, se detiene largo rato y se pregunta quién es. Con su mano agita el agua y espera a que, al calmarse, se vuelva a construir su imagen reflejada. Lo hace cuatro, cinco veces y una extraña inquietud va creciendo en su corazón. Está ella y, en el agua, su reflejo. Quizá, por primera vez, un ser humano entiende la existencia de una realidad que no se puede tocar.

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